Me dispongo a hablar de la mujer de mi vida, tan solo un definido prototipo de mi imaginación al que desde aquí me gustaría mandarle un mensaje de bienvenida en un prospero futuro, ya que vas a convertirte en mi dedicación y seguimiento espiritual. Sé que será fácil reconocerte, pues eres la mujer de mi vida, aquella por la que escribo de madrugada armónicamente establecido sobre el tejado donde no hay más preocupación que la tímida brisa que esconde el amanecer de verano.
Ella es la que me impulsa a empezar cada línea en tercera persona, mi retórica xenofobia, será mi más estricto régimen autoritario hasta que una melancólica lágrima se interponga definitivamente en nuestro camino, pues más lejos no hay nada.
Estaré dispuesto en todo momento a ir al cine con ella, para ver juntos esa típica película americana a la que siempre habías considerado ser un insulto al arte y todo lo que ello representa. Simplemente será una obra más enfocada a las masas de consumidores, bajo un disfraz de monótona fabula inventada (aunque yo nunca pueda convertirme en lobo, su sonrisa al encenderse las luces de la sala, llenara mi amplio vacío artístico).
Nunca dudare en presentarme a altas horas de la madrugada delante su casa en contra de su voluntad, para así, taparle los ojos y no dejárselos abrir hasta que la felicidad sea nuestra más sincera sorpresa. La chica de mis sueños responderá siempre bajo el pseudónimo amor, nuestro compromiso será magnánimo y no conoceré mayor preocupación que su ausencia.
Ella no será una chica normal, está claro, será la mujer de mi vida y como tal seguirá una serie de pautas o valores, en el que se destaca como valor indispensable estar lo que la sociedad tiene conceptuado como “loca” (tan solo un adjetivo más con el que reagruparte y cortarte las alas) para ser precisos, que este más loca de lo que yo pueda llegar a estarlo jamás, es decir, la mujer que esté dispuesta a soportarme, por norma tendrá que estar más loca que yo para llevar a cabo esa dura tarea, y a cambio me comprometo a complementar su locura con precipitadas decisiones y demás conductas pasionales. Me explico, bajo ningún caso podrá ser fría y calculadora, pues de allí vienen muchísimos desajustes en la pareja ya que los fines de cada ser son distintos. Con eso me refiero a que hará en todo momento lo que sienta y encuentre oportuno hacer, sin agobios ni más ataduras que nuestro mutuo compromiso.
Otro valor indispensable en su persona será que a diferencia de las demás borregas, ella pensara en algo más allá que el consumismo y sus redes. Reflejando así su inconformismo ante en sistema por la situación vivida a nivel global, a la vez de un cierto grado de seguridad y empatía. Aunque la verdad es que ahora no quiero entrar en política, así que de entrada ya me vale con que no estés, ni tengas pensado estar, afiliada a las nuevas generaciones del Partido Popular.
Antes de que te decidas a compartir cada uno de los instantes más felices de mi vida, quiero que sepas una serie de cosas:
No sé bailar, perdóname si cuando nos conozcamos en alguna aislada discoteca crees que no estoy interesado en hacerte reír el resto de mi días, simplemente es eso, que nunca se me dio bien hacerlo. Tampoco se cocinar, aunque tengo que añadir que soy extremadamente meticuloso en ese aspecto, ya que la gastronomía siempre la he catalogado como un importe apartado en mí día a día (por allí podrían pasar algunas de nuestras primeras discusiones, pero tranquila, las reconciliaciones siempre son agradables y oxigenan la relación). A la vez tengo que reconocer que desconozco el arte de planchar y limpiar la ropa, pues de eso siempre se encargo mi familia y para serte sincero, tienes razón, no acostumbro hacer la cama. También tengo que decir, que me niego sobre todas las a casarnos, y mucho menos por la iglesia. ¡Resistiré! (será gracioso leer esto si alguna vez ocurre tan trágico accidente).
Sinceramente podría escribirte un sinfín de páginas repletas con mis conductas habituales la que cada cual te resultaría más desagradable e irritante que la interior, pero prefiero que en ese aspecto profundices tú cada vez que yo vuelva estresado del trabajo (si es que encuentro algún día, que a este paso…)
A pesar de todo lo argumentado anteriormente, te garantizo que me acordare de cada uno de tus cumpleaños en los que con tesón y sacrificio, trabajare para llevarte a lugares inimaginables, lejos de la exacerbada monotonía que supone un pueblo ¿me he olvidado comentarte que me niego a vivir en una gran ciudad y que para más inri, quiero un caballo? Vale, es cierto, tengo que reconocer que lo más lejos que yo pueda proporcionarte es el campo que se sitúa paralelo al aeropuerto, un lugar que desprende intimidad y armonía en cada una de sus esquinas, desde donde allí podremos ver juntos como despegan y aterrizan los aviones para abrazarnos e imaginarnos mil lugares en los que podríamos llegar a ser felices más allá de nuestra imaginación ¿eso te vale?.
Lo sé, el encuentro con tu familia será un momento crítico (espero que a esas alturas ya estés embarazada, pero eso ya es otro tema) sin embargo estoy dispuesto a hacerles entender a cada uno de tus respectivos progenitores, que por ti no me importa: cocinar, planchar, hacer la cama y hasta afeitarme -algo impensable hasta ahora- para así intentar evitar una más que posible bifurcación de poder en la familia, porque sé que estas por encima de simples conductas irracionales.
Empiezo a despedirme de ti con un cordial saludo, y quiero pedirte perdón por si ya te conozco y aun no soy consciente de lo inmensamente importante que llegaras a ser durante mi raciocinio. Espero que nos veamos pronto e intentare profundizar más en posibles futuras cartas, pero antes de despedirme quisiera hacer un apunte, el cual me ha llevado a escribirte hoy:
Ojala algún día nuestros nietos tengan la inolvidable sensación que tuve yo, cuando el pasado martes mi cuerpo estremeció al ver que a mi abuelo de 78 años de edad, después de 51 años de su vida compartidos con una misma persona, aún le quedaban fuerzas para susurrar en voz baja “no habrá otra como ella”.